Madres buscadoras de Guanajuato: vivir en la incertidumbre deteriora la salud física y emocional

Mientras que algunas familias de víctimas de homicidio y feminicidio logran vivir su duelo, las madres rastreadoras continúan enfrentando el desgaste emocional y físico que provoca la incertidumbre de no saber nada de sus hijos. La desaparición de un ser querido no solo causa un dolor profundo, sino que genera aumentos críticos en los niveles de estrés e inestabilidad emocional, con afectaciones severas a la salud de las buscadoras, quienes pueden pasar años —o incluso toda una vida— sin volver a saber de sus consanguíneos.

Abraham Sánchez, investigador de la Universidad de La Salle, explicó a la Organización Editorial Mexicana las implicaciones sociológicas que enfrentan las personas inmersas en esta problemática. De acuerdo con cifras oficiales de la Comisión Nacional de Búsqueda, en México hay más de 100 mil personas desaparecidas y no localizadas. Esto equivale a que cada hora desaparece al menos una persona en el país.

“La incertidumbre de no saber de un familiar desarrolla niveles altos de estrés, ansiedad, depresión y enfermedades crónicas que deterioran el cuerpo, la mente y la esperanza”, señaló el académico.

Sánchez explicó que los familiares de personas desaparecidas viven con un malestar permanente, pues nunca tienen certeza sobre lo que ha sucedido con sus seres queridos. “No viven el duelo. Algunas han encontrado formas de reconstruir sus vidas a través de liderar grupos de búsqueda, ayudar a otros y acompañar desde donde pueden, pero en ellas se concentran los niveles más altos de ansiedad, depresión y estrés. No pueden tener cinco minutos de descanso”, indicó.

La encuesta Afectaciones a la Salud de Familiares de Personas Desaparecidas y la Respuesta Institucional en México reveló que el 79% de las personas encuestadas declaró haber desarrollado una enfermedad crónica a raíz de la desaparición de un familiar.

El investigador advirtió que si no se atiende integralmente a estas víctimas, se corre el riesgo de dejar crecer una generación marcada por la incertidumbre, el dolor y con proyectos de vida comprometidos. “Eso los hace muy vulnerables hacia otras violencias. Por ello, algo que deberíamos atender es a estos grupos (…) hay que reconstruir el tejido social, y eso se logra en la medida en que a estas personas que son víctimas las reincorporamos y les damos una opción de vida”.

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